La mujer y el mar. El Mediterráneo, supongo, que desde hace tanto tiempo acoge cerca de sus orillas a Marisa Peaguda y su espléndido trabajo, con atardeceres rojos de vino y aceite e inmensidades azules salpicadas de velas blancas.
Hace años que conozco el esfuerzo, la constante y tenaz dedicación, el cuidado con que esas manos hábiles y lúcidas, tiernas como su mirada de artesana y artista, moldean el barro para convertirlo en materia de realidad y de sueños traducidos al lenguaje plástico de la belleza.
Ignoro cuáles serán los sentimientos femeninos ante su obra; pero un espectador varón – al menos ese es mi caso- siente el lejano rumor de la sangre de Ulises, el de infinitos caminos, batiendo en sus venas y en su memoria genética cuando se detiene ante esos barcos cuyas velas llena el viento de levante, los delfines que saltan junto al ojo negro pintado en la proa de las naves de los viejos héroes fatigados, los caballitos de mar que parecen sonreír entre colores y luces que no son sino la trasposición exacta del color y la luz que anidan, generosos, en el espíritu delicado que mueve las manos que los creó.
En ese barco hecho forma y vestido de hermoso color se moldean también todas las mujeres – La Mujer- con cabellos de algas como trampas maléficas y deliciosas, de ramas de olivo y almendros en flor, mujeres aladas, mujeres arpistas, mujeres con libro, mujeres que miran y callan, observando el discurrir inmutable de los siglos, envueltas en vestiduras barrocas de símbolos y colores fascinantes. Mujeres Helenas, Didos, Nausicaas, Penélopes que tejen y destejen en silencio el destino de los hombres arrojados a las playas de sus regazos.
Así veo yo a Marisa Peaguda y su obra. Su forma y color luminosos, tan parecidos al corazón bondadoso del que nacen. Y es de justicia dejarlo escrito.
Arturo Pérez-Reverte
Presentación de la exposición “Íbérica y la Mar”